El mundo está lleno de rincones especiales. Unos por su luz, otros por los colores que lo visten; los hay evocadores, favoritos entre nosotros por lo que nos recuerdan o nos hacen soñar; también hay lugares que nos gustan por la tranquilidad, la paz o el sosiego que en ellos se respira; algunos están lejanos, otros a la vuelta de la esquina, incluso los podemos encontrar sin salir de casa. Son rincones con encanto que nos despiertan sentimientos y emociones, sin saber por qué, hay veces que al girar la calle o al bajar de ese ansiado avión incluso se nos pone la piel de gallina.
Una sensación difícil de explicar. Volver a la iglesia donde nos casamos, el parque donde jugábamos con nuestros amigos de la infancia, el sillón bajo la ventana en el que pasábamos las horas sobre las rodillas de nuestro abuelo. Un sinfín de lugares que bien podríamos convertir en patrimonio nacional. Muchos, seguro que con más interés y valor para cada uno de nosotros que los que aparecen en la lista oficial. No obstante, otros tantos sí que forman parte de esa riqueza patrimonial de las ciudades y los países. Un tesoro, en cualquier caso, que tenemos que conservar y proteger para siempre.
Sin embargo, muchas veces esto no es así. Es una estampa muy común ver fachadas de monumentos agrietadas, manchas por la humedad y hasta desprendimientos. Lo mismo ocurre con el interior de estos edificios, muchos con paredes mojadas, moho en las zonas más sombrías o corrientes de aire frío que convierten a estos rincones en lugares algo tenebrosos. Ahora bien, este tipo de síntomas también pueden ser comunes en nuestra casa, con los mismos resultados: un lugar con encanto, que goza de nuestro total favoritismo, que sin saber por qué se ha vuelto oscuro, desagradable, frío y con aspecto insalubre.
Unos síntomas similares para construcciones bien distintas con un mismo origen reconocido: el exceso de humedad en su estructura. No hace falta que llueva un trimestre seguido ni que no salga el sol en todo un año, los problemas derivados de este fenómeno provienen del suelo, más concretamente, de la humedad de la tierra sobre la que está el edificio. Un agua que no tiene por qué venir de la lluvia, sino que puede tener su punto de partida en las raíces de las plantas o demás seres vivos que por el terreno se hallen. Una humedad que empapa los muros y todo lo que en ellos esté situado, como la instalación eléctrica, por ejemplo. En definitiva, una humedad que sube por los cimientos del edificio hasta que se hace visible en los síntomas que hemos descrito: un problema de humedad por capilaridad.
¿Qué solución hay para el agua que entra en los muros? Crear una barrera infranqueable para la humedad es el remedio que propone Murprotec. Un tratamiento a base de productos y técnicas patentadas que garantiza treinta años sin capilaridad. De esta forma, nuestros rincones especiales podrán conservar el encanto para que los que vengan después puedan disfrutarlos también.