Los titulares de los últimos años sobre modo de vida se llenan de palabras como desarrollo sostenible, ahorro energético y hogar sano. Pero no hay que olvidarse de viejas conocidas como “dieta saludable” o “modo de vida saludable”.
Cada cierto tiempo se recuperan estudios e informes que avalan, de una forma u otra, el consumo de productos frescos y locales. Y que abogan por una dieta más natural y menos procesada.
¿Cuánto es verdad y cuánto es marketing?
Sobre la comida saludable y el efecto sobre nuestro modo de vida se han vertido ríos de tinta. Es habitual encontrar esos pequeños resortes que llaman nuestra atención. Palabras populares que se han convertido casi en algo habitual, como “operación bikini”, y que hacen que nuestra atención hacia la alimentación suba puestos. Pero no es tan habitual encontrar en las primeras páginas informes técnicos y científicos que avalen la idoneidad de unas dietas sobre otras.
Un informe de Alimentación Saludable, dirigido por Irene Vila, profesora de la EAE Business School ,recogía en 2018 la calidad en dieta en las Comunidades autónomas de Galicia, Asturias, Cantabria, Aragón, Navarra y Castilla León; y ponía en preaviso a los habitantes de Madrid, Castilla la Mancha y Cataluña. En el informe se hacia especial hincapié en el uso de productos frescos, locales y de temporada y se demonizaba a los, ya consabidos, productos procesados.
Mucha bibliografía, muchos intereses. ¿Qué decisión tomar?
Está claro que el producto fresco y local tiene ganada la partida de la salud por lógica aplastante. Pero no podemos desdeñar el presupuesto y la accesibilidad a productos menos “sanos” pero que pueden complementar nuestra dieta de manera eficaz. En lo que sí se ponen de acuerdo los expertos en alimentación es que “la conservación y almacenamiento de los productos es esencial”.
Hay que recordar que la cocina es el lugar del hogar con más cambio en sus condiciones. El efecto de cocinar no solo provoca importantes cambios de temperatura y humedad, si no que además puede influir en la calidad de los nutrientes que ingerimos.
Es conocido el efecto de la temperatura y humedad en frutas y verduras (compuestas esencialmente por agua), y los problemas que se pueden ocasionar en hortalizas y cereales (arroces y pastas). Lo que puede llevar a que nuestra dieta se resienta no tanto por la calidad del producto, si no por su estado de conservación. Nuestros datos dicen que el 30% de las incidencias que procesamos tienen su origen en cocinas. Muchas casas cuentan con espacio de almacenamiento para alimentos en cuartos aislados, mal ventilados y poco iluminados. Un foco excelente para las humedades.
Elegir con cuidado los alimentos que vamos a cocinar e incluir en nuestra dieta aparece muy alto en nuestra lista de quehaceres, pero el control sobre el almacenamiento y conservación de los alimentos coge más fuerza.
Fresco y saludable son adjetivos que debemos aplicar tanto a los alimentos como a los lugares que están destinados a guardarlos.